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Cree
Mira siempre de frente al horizonte y si vuelves la vista a tus espaldas, que sea para hundir el mal del hombre que quebró tu cariño y tu esperanza.
Sigue siempre adelante, que el camino se abre más amplio cada vez que pasas. La luz es para todos, y el destino nos prueba a veces, y otras nos encauza.
No esperes vanas ilusiones muertas, no creas más en lo que tú batallas, que cuando tu morada esté desierta, muy pocos buscarán recuperarla.
Pero cree en la vida porque es bella y en la gente que de tí no se separa.

Espero ser tu amiga!

¡Los hijos son para siempre!

¡Los hijos son para siempre!

Cada recién nacido representa un alma que
vivirá eternamente. Es el mayor milagro que se haya producido desde la creación del mundo. ¡Un bebito es más valioso que todo lo que el hombre pueda fabricar, y perdurará mucho más!

Hace casi dos siglos, buena parte de la humanidad contenía el aliento ante la marcha arrolladora de Napoleón por el continente europeo, pendiente del desenlace de las diversas guerras que libraba. Entretanto, seguían naciendo niños en los hogares. ¿Pero quién iba a prestar atención a esos nenes? La gente andaba preocupada por las batallas.
Vale decir, sin embargo, que en el transcurso de 1809 llegaron al mundo algunos niños destinados a ser astros de primera magnitud: Mendelssohn, célebre compositor alemán; William Gladstone, considerado por muchos como uno de los mayores estadistas ingleses del siglo xix; Abraham Lincoln, uno de los presidentes más famosos de los Estados Unidos; el reconocido poeta inglés Alfred Tennyson, y Louis Braille, profesor francés ciego que inventó el difundido sistema de lectura para no videntes que lleva su nombre. Sin embargo, mientras nacían estos personajes nadie pensaba en niños, sino en batallas. Pese a ello, ¿cuál de las batallas de 1809 tuvo mayor trascendencia que los niños nacidos en ese año?
Algunos se imaginan que Dios únicamente puede obrar en el mundo por medio de grandes ejércitos, cuando en realidad lo hace por medio de pequeñas criaturas. Siempre que es preciso rectificar un error o pregonar una verdad, ¡Dios envía un niño al mundo para hacerlo!

Un bebito es una pequeña persona que fortalece los lazos de amor, acorta los días, alarga las noches, achica la cuenta bancaria, trae felicidad al hogar, ayuda a olvidar el pasado y renueva esperanzas para el futuro.

Un nene en la casa es un perfecto ejemplo de un gobierno minoritario.

No subestimemos la educación de nuestros hijos. ¿Sabía usted que antes de los cinco años un niño aprende el 80% de lo que asimilará en toda su vida? De ahí la importancia de impartirle buenas enseñanzas en esos primeros años de su formación. ¡Constituirán el 80% de todos sus conocimientos! Con razón dice la Biblia: «Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él» (Proverbios 22:6).
Los primeros años son de suma importancia. No se puede esperar a que el niño cumpla cinco para empezar a enseñarle. Cada día que transcurre es importante, y lo que aprende en ese periodo tiene un efecto notable. Los padres no sólo tenemos la obligación de dar de comer a nuestros hijos, de ver que estén vestidos y de velar por su salud y por su integridad; también debemos inculcarles la Palabra de Dios, instruirlos en Su verdad y procurar que estén incentivados con Su amor.
Es un error pensar que se puede dejar a los niños a su suerte. Que si aprenden, bien; y si no, también. No somos partidarios de obligar al niño a asimilar cosas que no quiera; pero hay que tener en cuenta que los pequeños sí quieren instrucción. El aprendizaje los hace sentirse más felices, más satisfechos y más tranquilos. Con nuestra ayuda pueden absorber mucho más que si los dejamos a su aire, y no los orientamos, los asistimos y los estimulamos a aprender. Cabe recordar que «¡el muchacho consentido avergonzará a su madre!» (Proverbios 29:15.) Si no tenemos tiempo para formar y atender a nuestros hijos, entonces, por el bien de ellos, debiéramos buscarnos a alguien competente, una persona que lo haga cabalmente. ¡Todo padre tiene esa obligación!
David Brandt Berg

Los niños pueden compararse con las flores de nuestro jardín: son un regalo de Dios, pero debemos cuidarlos.

Tu hijo ya se está convirtiendo en el tipo de persona que será en el futuro.

A través de todos los tiempos, la mejor aliada de toda nación ha sido la madre que ha enseñado a sus hijos a orar.

Daniel Webster, orador norteamericano y secretario de estado de tres presidentes de los Estados Unidos, afirmó: «Si algo hay digno de elogio en mi pensamiento o en mi estilo literario, se debe a que mis padres me inculcaron desde muy pequeño un gran amor por las Sagradas Escrituras.»

La mejor herencia que un padre pueda dejar a sus hijos son unos minutos de su tiempo cada día. ¡Lo mejor que se puede gastar en un niño es tiempo!

Se debe hacer todo lo posible por tratar a los niños con consideración y respeto. Saludarlos cuando uno llega y despedirse de ellos o rezar con ellos cuando uno salga. Conviene —siempre que sea posible— darles las buenas noches y orar con ellos o por lo menos encargarse de que alguien lo haga.

La televisión puede convertirse en una de las fuerzas más destructivas en el seno de un hogar si no se utiliza con gran prudencia, oración y discreción. No es conveniente que los niños tengan libertad para ver cualquier tipo de película o programa que quieran, sin la dirección y orientación de sus padres.
Siempre que sea posible, los padres deben examinar por anticipado las películas o programas que van a ver los niños. Por lo menos deben estar informados del tema general y enfoque de las series televisivas y estar seguros de que sean provechosas para los menores. En el caso de los niños más pequeños, lo ideal es que los padres vean el programa con ellos. Así podrán explicarles cosas que no entiendan o rebatir cualquier falsedad de la que discrepen.
De esta manera la televisión se convierte en un medio didáctico y no en un monstruo desencadenado capaz de llenar de violencia, tonterías y contaminación audiovisual la mente susceptible de los niños. La pregunta que debemos plantearnos no es si el programa o película les hará daño o no, sino si es constructivo para el niño. ¿Es provechoso, edificante y le enseña algo valioso? Ese el criterio que debe primar.

Una joven esposa que acababa de tener su primer hijo conoció a otra señora que tenía nueve.
—¿Cómo hace usted para cuidar de nueve niños? ¡Nosotros no tenemos sino uno y nos mantiene ocupados todo el tiempo! —dijo la joven con estupor.
—Pues así es —respondió sabiamente la madre de nueve—. Si un hijo les absorbe todo el tiempo, ¡nueve no pueden absorberles más!

Cuando Dios nos da hijos, son como un préstamo. En realidad le pertenecen a Él. Él nos los dio, pero quiere que nosotros los cuidemos y los eduquemos. Debiéramos considerar la formación de nuestros hijos un deber para con Dios y un acto de obediencia a Él. Hacerlo por amor a Dios y a ellos. En la vejez nos alegraremos de habernos esforzado todo lo posible por criarlos con la ayuda y el amor de Dios; ¡y ellos también!

¡Cuando invertimos tiempo, amor y esfuerzos en nuestros hijos, invertimos en la eternidad, porque los hijos son para siempre. Son almas inmortales. Vivirán eternamente. Todo lo que hayamos volcado en ellos influirá.

Que Dios nos ayude a velar por los dones más valiosos que Él nos ha otorgado: ¡nuestros hijos! Señor, Tú has prometido en Tu Palabra que si «instruimos al niño en su camino, cuando sea viejo no se apartará de él» (Proverbios 22:6).
Te pedimos que ayudes a cada padre y madre a cuidar de sus hijos con amor, diligencia y oración. En el nombre de Jesús, amén.
¿Vela usted así por sus hijos?